MESMER: el nacimiento de la psicoterapia contemporánea (en occidente)



 suelen echarme en cara
que no quiero seguir a mis mayores;
Pero, ¿En qué habría de seguirlos?
Paracelso

Es conocido que a Pirro (318-272 a. C.) le bastaban sus manos manos para aliviar los dolores del cuerpo y las tristezas. Tumbada la persona dolida, un pase de manos del rey era suficiente para disolver el dolor. Transcurridos dos mil años de estos prodigios, el médico graduado en Viena, Mesmer (1734-1815), ocupaba el lugar de Pirro.

Estudió medicina en la Universidad de Viena, contemporáneo de aventureros y charlatanes como Cagliostro o el Conde Saint-Germain, éste último “resucitado” en pleno siglo XX por José María Iñigo, su vida cambió el verano de 1774.

Ese verano, el astrónomo Maximiliam Hell recibe el encargo de fabricar un imán “terapéutico” con la finalidad de curar a una mujer. Maximiliam amigo de Mesmer le informa de esta extraña petición. Mesmer, le pide a su amigo astrónomo que le mantenga informado del transcurso del tratamiento. Junto a la curiosidad, al deseo de conocer, la aparición del imán “mágico”, despertó en Mesmer un interés temprano, hacía una década que el propio Mesmer había escrito “De Planetarum influxus”, obra que trataba, en conformidad con la ciencia de su tiempo, sobre el influjo de la energía de los astros sobre las personas: “desparramada por los vastos espacios espacios siderales, obra en esencia de toda materia; un éter primordial, un misteriosos fluido penetra todo el cosmos y, con él, también al hombre”.

La mujer enferma se curó con el uso del imán y aquí termina la vida del Mesmer médico reconocido, rodeado de una fortuna y lujos para comenzar la vida del Mesmer  que va a aponer su prestigio y su carrera en manos de una piedra, de un imán.

Mesmer, deja de lado todo lo aprendido y comienza a combinar el uso de varios imanes como tratamiento para sus pacientes. Lo magnetiza todo: vasos, sillas, instrumentos musicales, árboles, el agua donde se sumergen los enfermos, etc. Precursor del “acumulador de orgón” de W. Reich, embotella la “energía magnética” para usarla posteriormente. Fabrica la “cuba de la salud” provista de botellas llenas de agua “magnetizada” y de una barra de metal que conducirá la energía hasta los cuerpos enfermos.

Dentro de la cuba los enfermos en contacto unos a otros crean un "circuito magnético" por el que se transmite la emergía; está seguro de que los cuerpos son amplificadores de la fuerza de esta energía universal. Dentro de la cuba se producen espasmos, estallidos emocionales, los cuerpos vibran, convulsionan en un trance que conduce a la curación de la enfermedad.

El cuerpo humano se convierte en un conjunto de tuberías y canales por los que circula la energía magnética universal. Para Mesmer todas las enfermedades son el resultado de una obstrucción en el flujo de esta energía magnética. La labor del terapeuta es la de volver a restablecer la circulación natural de ésta. 

Mesmer prosigue su investigación, prueba con gatos y perros con resultados satisfactorios. Rapidamente Mesmer alcanzará fama por sus curaciones “milagrosas”. Comienzan a llegar a su casa de Viena personas de todo el país buscando salud, gente acaudalada le llama con el fin de que acuda a sus mansiones y realice demostraciones del poder curativo de la terapia magnética.

Otros doctores que han probado el método de Mesmer certifican la validez de éste. En 1776 la Academia de Augsburgo publicará un informe favorable al mesmerismo, tras estudiar la curaciones producidas por este método novedoso concluye que: “Todo lo que ha conseguido aquí con diversas enfermedades hace suponer que ha arrebatado a la naturaleza uno de sus mecanismos más misteriosos”.




Mientras la Academia escribía este informe positivo, Mesmer iba abandonando el uso de  imanes y artilugios; su propia práctica le indica que con la imposición de manos es suficiente para provocar las curaciones de sus enfermos.

La conclusión a la que le lleva su experiencia práctica es que son las manos las que irradian una energía que no está relacionada con los imanes o los planetas, así reconocerá de forma sincera: “Me equivoqué, el imán no vale un ardite; toda la energía que le vine atribuyendo, en realidad no le pertenece, y esa virtud curativa que, con propia sorpresa, cada día experimento, corresponde a causas primordiales que yo mismo desconozco en absoluto”.

A partir de 1776 Mesmer teorizará sobre la existencia de un “magnetismo animal” que sustituirá en el marco teórico anterior de Mesmer: la “energía magnética” universal. El resto permanecerá igual, el bloqueo de esta energía es la causa de todas las enfermedades.

1776 también va a ser un punto y aparte con la profesión médica, envidiado por médicos que no curan, el caso María Theresa Paradies fue el detonante de su exilio a Paris. Esta joven es ciega y los expertos más afamados de Viena, el profesor Barth y el doctor Stoerk, incapaces de devolverle la visión afirman que es incurable.

Como otros enfermos desahuciados la joven acaba en manos de Mesmer. Con el inicio del tratamiento no convencional la enferma comienza a reconocer los contornos de los objetos, pero inmediatamente es cuestionada tanto la terapéutica como los avances logrados. Barth y Stoerk, puesta su ignorancia en evidencia por Mesmer, dedican todo su esfuerzo para que la joven suspenda el tratamiento, poniendo en duda los logros de la terapia magnética con una lógica como mínimo singular: puesto que “con mucha frecuencia confunde e ignora los nombres de los objetos que se le presentan”, por tanto es ciega.

La joven tenía que ser ciega sí o sí. De Barth y Stoerk, sólo puedo decir que, como afirma el dicho, no hay más ciego que el que no quiere ver.

Mesmer perseguido por instituciones médicas, científicas, religiosas y el Estado austriaco abandona Viena y se exilia en París.

En Francia el mesmerismo se convierte en moda; a la par que el Rey y la Academia de Ciencias le dan la espalda.

Durante el exilio parisino Mesmer se enfrentará a dos comisiones de investigación promulgadas por Luis XVI, que no presagiaba nada bueno del desmadre social en el que se había convertido el mesmerismo, con  sus miles de practicantes y decenas de miles de seguidores. En 1784 luis XVI, que era monarca por la “gracia de Dios”, ordena a la “ciencia” que abra una investigación oficial sobre el magnetismo.

Formarán parte de las comisiones de investigación Benjamin Franklin y los miembros más destacados de la Facultad de Medicina y de la Academia de Ciencias: Guillotin, Bailly, Lavoisier, Laurent de Jussieu, etc.

Sobre las conclusiones de las Comisiones, una es obvia, el magnetismo animal no explicaba los fenómenos presenciados por los investigadores, no encuentran una sola prueba de la existencia de una energía biológica. Tampoco ponen en duda las curaciones de Mesmer, se limitan a desaconsejar la práctica del mesmerismo pues el tratamiento magnético es peligroso para la moralidad de la época.




Los investigadores son testigos de los efectos del mesmerismo sobre los pacientes: 

“No puede uno menos de sorprenderse al ver, de una parte la calma perfecta de una serie de pacientes, y de otra, la excitación de los restantes, los diversos incidentes que se producen y la simpatía que reina entre ellos; vense enfermos que se sonríen recíprocamente y se hablan con gran delicadeza y afabilidad, lo cual mitiga sus espasmos. Con su fuerza magnética Mesmer los tiene subyugados, y si se hallan en un estado aparente de postración, su mirada y su voz los reanima en el acto”.

Que algo ocurría entre Mesmer y sus pacientes era evidente, como lo recoge la investigación, incluso el comisionado Laurent de Jussieu, en un informe particular, señala que en el magnetismo existe una parte de verdad, aunque escondida  tras una barrera de  especulaciónes.

Estaban todos tan preocupados por hacer ciencia positiva, tanto los miembros de las dos comisiones como el propio Mesmer, que si en lugar de buscar la “energía” que pone en marcha la “máquina” humana, hubieran puesto atención a los fenómenos que estaban estudiando, hubieran descubierto la verdadera “energía”: la relación médico-paciente.

Sin saberlo, la respuesta al interrogante del mesmerismo está recogida, como hemos visto, en esta investigación: la influencia de una persona sobre otras.

Fallecido Mesmer, en 1843 Braid publicará “Neurypnología”, continuación de la obra de Mesmer pero ya trabajando de forma consciente y directa con la sugestión. De esta forma nacía la psicoterapia moderna en Occidente, que desde un primer momento luchaba por sobrevivir y desarrollarse al margen de teorías biologicistas, mecanicistas y la superstición.

Otro camino:

A finales del siglo XIX entre los psiquiatras biológicos se puso de moda la electroterapia, miles de pacientes pasaron por este tipo de terapia, fundamentalmente mujeres. Wilhelm Heinrich Erb, neurólogo, fue uno de los promotores de esta forma de terapia “científica”, incluso creó una máquina para suministrar las descargas eléctricas a las pacientes. Veamos un caso clínico del propio W. Herb:

“Leloir. Contractura histérica.— Mujer de Veintidós años. Sufre anestesia en la mano izquierda y antebrazo izquierdo, hiperestesia ovárica y una contractura histérica en la mano izquierda que se prolongaba dos meses; esta última fue curada en once días de forma permanente, aplicando una corriente galvánica débil de cinco a diez unidades diarias durante seis horas.”

La práctica de esta psiquiatría biológica, ineficaz o tan eficaz como el placebo, nunca fue objeto de comisión de investigación alguna.

Bibliografía basica:

Stefan Zweig. La curación por el espíritu. . Ed. Espasa Calpe. Colección Austral. Buenos Aires. 1952

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