el reencuentro estival de "Ataúd" y "Sepulturero"


Ahí se encontraban “Sepulturero” Jones y “Ataúd” Hadi Johnson. Era una tórrida tarde de verano en París. “Sepulturero” agitaba una mano con el inútil empeño de refrescar algo su rostro, con la otra sujetaba un libro con la portada gastada: “Todos Muertos” de Chester Himes. “Ataúd”, con su cabeza abrazada por unos enormes auriculares dorados con dos grandes altavoces pensaba en la buena música que se hacía antes, no la m de ahora, mientras tronaban en su cráneo los graves de un viejo tema de Bounty Killer.

Sonó una áspera voz y entraron en un despacho donde, tras una mesa, esperaba un hombre blanco como la leche, el capitán de policía Brice.

Transcurridos 500 cadáveres, los dos detectives negros estaban preparados para dar carpetazo al asunto que les había reunido en el pequeño despacho de su superior.

Primero, “Ataúd” dejó los cascos sobre la mesa, donde empezaron a saltar a ritmo de ragga, después se sentaron en dos incómodas sillas de oficina.

Todo había comenzado con la denuncia de una desconocida doctora llamada Irène Frachon, que   al observar que el consumo del medicamento mediator-benfluorex podía estar causando graves problemas de salud  a algunos de sus pacientes, puso a prueba muchos años de “consenso científico”. La doctora llevó a cabo un estudio cuyo resultado fue concluyente: el medicamento, que llevaba décadas en el mercado, era el causante de las valvulopatías que padecían sus consumidores (pacientes).

La Administración tuvo que reconocer que el medicamento había matado, al menos, a 500 personas y enfermado de forma muy grave a otras decenas de miles. Los tribunales franceses apuntaron a la propia Administración como responsable de este desastre sanitario.

Era el momento de recuperar la confianza en las instituciones que, de nuevo, volvían a fallar.

La Administración del Estado necesitaba encontrar respuestas, al menos, a dos dilemas sin comprometer a nadie: ¿Cómo era posible que durante décadas ningún profesional de la salud observara el daño que ocasionaba este medicamento?, ¿qué había ocurrido para que el mediator-benfluorex, que sólo estaba indicado como tratamiento adicional en pacientes con diabetes y sobrepeso, acabara siendo recetado como remedio adelgazante para cualquier persona?

El escándalo era tal, que para demostrar a la opinión pública que la Administración tenía un gran interés en el caso y por las víctimas, el Ministerio del Interior también se sumó a la búsqueda de las posibles respuestas. “Sepulturero” y “Ataúd” se hicieran cargo de esta investigación. Por supuesto, no era necesario encontrar a ningún responsable.

La indagación resultó sencilla, no propia de dos detectives con un amplio historial relacionado con las mafias y el narcotráfico.

Tres horas duró el estudio de la cuestión, de las cuales, los dos detectives dedicaron hora y media en buscar una licorería para abastecerse de alcohol, tabaco y unas patatas fritas light. Un par de llamadas y unas búsquedas en el google bastaron para realizar el informe oficial del caso.

Como la industria farmacéutica se dedica a inundar de euros a la comunidad médica, no podía resultar extraño que la doctora que descubrió este escándalo no recibiera una mísera moneda de ésta.  El que paga manda y en este caso la doctora no vivía de la farmacéutica. La doctora Irène Frachon, no sólo no estaba a sueldo de intereses extraños a su profesión, sino que fue demandada por la empresa productora de la medicina letal y legal.

Sobre la otra cuestión, era sencillo concluir que un buen trabajo de marketing farmacéutico podía explicar cómo un fármaco indicado para una población afectada de diabetes y con sobrepeso terminara prescrito para el público en general. En definitiva, se trataba sólo de una ampliación calculada del negocio a millares y millares de nuevos consumidores.

Los dos detectives no tuvieron ninguna dificultad en tener a mano un minucioso estudio realizado en Estados Unidos (1) sobre la promoción personalizada de medicamentos (pharmaceutical detailing), llevada a cabo por los visitadores médicos, que concluía que esta práctica comercial influye negativamente en la calidad de la prescripción de los medicamentos y en los tratamientos.

Comparados hospitales universitarios con un grupo de control, que aplicaba medidas más restrictivas al marketing de la industria farmacéutica, este estudio demostraba que las políticas más restrictivas tienen como resultado una menor prescripción de medicamentos. Al mismo tiempo, “la introducción de estas políticas condujo a un 8.7% de pérdida de participación de mercado en los medicamentos promovidos por los representantes de medicamentos, y un aumento del 5,6% en la cuota de mercado, para los medicamentos no promovidos por representantes de medicamentos. "

Quedaba clara la capacidad de las farmacéuticas para crear mercado para sus productos, incluidos los que matan. A los visitadores médicos hay que sumar los regalos, la invitación a congresos o directamente el pago de sumas de dinero a determinados médicos o sociedades "científicas".

Lo primero que hizo el capitán fue felicitar a los dos policías en nombre del gobierno. La investigación policial, junto a la pelea contra el mundo de la desconocida doctora Irène Frachon, había dado sus resultados.


La Inspección General de Asuntos Sociales (IGAS), recomendó prohibir la actividad de los visitadores médicos: “El grupo de trabajo es de la opinión de que no hay alternativa a la prohibición a los representantes de las farmacéuticas, como los intentos de regulación en los últimos años han demostrado.” Recomendación que entró por una oreja y salió por la otra para la mayor parte de la comunidad médica.

Destacando que las infracciones éticas y deontológicas son demasiado numerosas y la falta de integridad en el campo de la investigación biomédica estaban socavando la confianza de los ciudadanos, en noviembre de 2017, los presidentes de los Comités de Decanos de las Escuelas de Medicina y el Comité Nacional de Decanos de las Escuelas de Odontología adoptaron un código ético y de conducta profesional.

En este código se recogían las siguientes medidas, junto a otras, con el objetivo de asegurar las buenas prácticas en la investigación y la independencia en la formación sanitaria y la investigación médica dentro de las instituciones públicas:

Los cursos de la facultad, incluida la educación continua, no pueden ser proporcionados por la propia industria o sus representantes, o por cualquier otra organización privada con fines de lucro. (...) Las excepciones son posibles cuando la industria tiene el conocimiento y esta excepción tiene que ser autorizado por el decano previa consulta al comité de ética.

Las ayudas para la enseñanza dentro de las facultades no pueden, bajo ninguna circunstancia, ser financiadas por una industria o cualquier otra organización privada con fines de lucro.

El uso por parte de los académicos de materiales educativos proporcionados por la industria o cualquier otra organización privada, o su revisión previa por parte de la industria o cualquier otro organismo privado, están prohibidos, incluso para conferencias en el exterior.

Los representantes de marketing de industrias y productos farmacéuticos (en el sentido más amplio) no se les permite reunirse con el personal académico en áreas sanitarias o en presencia de estudiantes.

“Sepulturero” y “Ataúd” tenían ya ganas de salir del despacho, eran conocedores de que estas medidas estaban lejos de estar siendo aplicadas, y no tenían ganas de continuar perdiendo el tiempo cuando podían estar haciendo otras cosas de más provecho.

“Ataúd” alargó el cuello y estiró un brazo en dirección a los auriculares que todavía bailaban sobre la mesa, cuando el capitán preguntó, como si le importara:

- ¿Creen ustedes que una desgracia semejante se podría volver a repetir?

“Ataúd” retiró el brazo de la mesa y miró de reojo a “Sepulturero”, que se había quedado tieso. En unas décimas de segundo una tormenta de recuerdos, y pensamientos inundó sus cabezas.

Habían entrevistado a los investigadores O. Laccourreyea y H. Maisonneuveb.

“Sepulturero” preguntó a O. Laccourreya cuál era su opinión sobre el código ético promovido por los Decanos; todavía tenía muy recientes las palabras del investigador:

“Solo podemos acoger, alentar y apoyar el progreso ético y deontológico realizado en nuestro país en el campo de la investigación biomédica, pero aún quedan muchas preguntas por resolver... ¿No sería más efectivo divulgar la carta como un cartel en las paredes de nuestras universidades que como un archivo pdf en un sitio web? ¿Será implementado? ¿Qué prioridad se debe dar a la integridad, entre las numerosas funciones administrativas de control? ¿La generación más joven está recibiendo el entrenamiento adecuado? ¿Por qué las facultades de farmacia no han firmado la carta? ¿Estamos presenciando el nacimiento de otra chapuza típicamente francesa?”

Por su parte “Ataúd” recordaba la conversación telefónica con H. Maisonneuveb, también se acordaba de la perplejidad que en la que se sumergió cuando este investigador ponía a Estados Unidos como el país que llevaba tres décadas de ventaja en la implementación en este tipo de códigos.

Comenzaban los peros. De qué servía esta “ventaja” de tres décadas, se preguntaba “Ataúd”, si un estudio publicado por la Asociación Médica Americana (AMA) (2019) encontraba relación entre el aumento del consumo de opioides legales con el marketing de las farmacéuticas, concluyendo que: “la comercialización de productos opioides a médicos se asoció con un aumento de la prescripción de opioides y, posteriormente, con una mortalidad elevada por sobredosis." Este estudio también evidenciaba el impacto del fomento del consumo de los opioides al comienzo de la epidemia, cuando era necesario crear un mercado para estas mercancías. La industria farmacéutica había gastado 40 millones de dólares en la promoción de estas drogas entre 67.500 médicos durante la peor crisis sanitaria que ha vivido y vive Estados Unidos.

De qué sirve esta “ventaja” si la farmacéutica Reckitt Benckiser ha sido condenada recientemente en Estados Unidos a pagar 1.400 millones de euros por vender un fármaco, Suboxone, con opioides para tratar la adicción a los opioides en plena epidemia y catástrofe sanitaria. Sobre este asunto, el Asistente del Fiscal General Jody Hunt para la División Civil del Departamento de Justicia, declaraba que "se espera que los fabricantes de medicamentos que comercializan productos para ayudar a las personas adictas a los opioides lo hagan de manera honesta y responsable". 

Acabado el chaparrón mental, “Ataúd” y “Sepulturero” se miraron, levantaron las cejas a la par, abrieron sus grandes ojos y una gran carcajada brotó de sus gargantas.

Con voz solemne y seria, contestaron a la pregunta del capitán:

- Le garantizamos que algo así nunca volverá a pasar. Es un imposible.

Abandonaron el pequeño cuarto y caminaron hacia el bar más cercano.

“Ataúd” no se pudo reprimir y exclamó:

- ¡Este tío es tonto!

Entraron en un tugurio. Pidieron dos copas.

Unas jóvenes escuchaban a Cheikha Rimitti, "Sepulturero" leía las últimas líneas del amarillento libro:

Casper recibió un telegrama anónimo
El texto decía: “el crimen no paga”


(1) https://english.prescrire.org/en/81/168/55369/0/NewsDetails.aspx?page=4

Comentarios

  1. Me encanta!!! Y más me gusta que esta pareja no envejezca y siga con sus trajes "soul" de corte impoluto y de apariencia baqueteada. Comparto.

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  2. Aunque supongo que ya lo sabes hay una película que trata sobre este caso. Pasó prácticamente desapercibida en su momento. No la he visto pero después de leer tu artículo voy a hacer por verla. Recuerdo este asunto porqué en su día fue muy polémico y tuvo mucha repercusión el los telediarios. Tanto que al final alguien se atrevió a llevar La historia al cine.
    La peli se llama " la fille de Brest " de 2016.
    Gracias José !!! ( por ilustrarnos y entretenernos )

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    1. Gracias por informar, se que hay película y libro, pero podía no saberlo y seguro que alguien que no lo sabe. Así que de nuevo gracias y bienvenida al blog.

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