EINSTEIN: 1982


 ni está el mañana—ni el ayer—escrito
A.Machado

Hace ya unos años que tengo la sospecha de ser una especie de anomalía temporal. Tengo claros recuerdos que son truncados por la “realidad”. Busco entre mis discos A Love Supreme de Coltraine y ocupando su lugar se encuentra la banda sonora de Sonrisas y Lágrimas o me apetece escuchar a Menese y me topo con la Macarena de Los del Río. Con libros y revistas ocurre lo mismo.

Pregunto a mis amigos, a conocidos, y nadie ha oído hablar de Coltrane o de José Menese. Pero yo sé, estoy convencido, de que mis recuerdos son reales, que Los Enemigos han existido aunque en el estante Alejandro Sanz haya usurpado el lugar de Ferpectamente.

Amigos con buena voluntad me han aconsejado ir al psiquiatra biológico, pero yo, la verdad, tengo plena confianza en mi camello y por ahora no pienso cambiar de proveedor.

Pero mis sospechas de que vivo en una bifurcación espacio-temporal creada por algún viajero del tiempo se han confirmado este año.

En múltiples revistas y periódicos se ha celebrado el entierro o digestión de Newton por Einstein. Se ha puesto fecha al evento: noviembre de 1919.

El 6 de noviembre la Teoría General de la Relatividad quedaba “confirmada experimentalmente” por un grupo de astrónomos que, durante un eclipse, observaron como los rayos de luz de la estrellas se desviaban en las proximidades del Sol como predecía la Teoría General de la Relatividad (TGR). De este modo, Einstein y la TGR desbancaban a Newton entre la admiración de los científicos de todo el mundo.

Esta celebración refuerza mi convicción de que me encuentro atrapado en otro espacio-tiempo donde spotify ha secuestrado a la Niña de los Peines. Los hechos cantan. Antes de ocurrir esta bifurcación en el espacio-tiempo, en mi mundo original, a Einstein, que también existió, y a su TGR, (gran) parte de la comunidad científica le dio la espalda en diferentes momentos de su vida, incluso, tras el eclipse de 1919.

Tengo la (mala) suerte de poseer la facultad de la memoria fotográfica. Recuerdo con claridad un número de Mundo Científico de 1982, cuya portada era la cara de Einstein, que contenía un dossier dedicado al sabio que vivió en mi mundo. Ejemplar que, junto a otros libros, también ha desaparecido de mi biblioteca, como si nunca hubiera tenido una realidad material, pero que tengo perfectamente esculpidos en mi cabeza.

Esta es la historia que conocí y estudié en otro tiempo y en otro lugar:

En 1920 Einstein se había convertido en una especie de Pop Star, tan popular como  Madonna en los años ochenta del siglo pasado, aunque ciertamente poca gente entendía la TGR. 

En Inglaterra el editor del libro sobre la nueva teoría se vió obligado a encargar al traductor que hiciera una nota explicativa, pues era extendida la creencia de que la relatividad trataba sobre alguna cuestión sexual.

España tampoco fue una excepción para la popularidad de Einstein, haciéndose corrientes los chistes sobre la relatividad: ¡Quedamos en que Einstein es un sabio! - ¡Hombre! ¡Él dice que todo es relativo!

Aunque su teoría no era muy bien comprendida por una mayoría, su fama pudo deberse al deseo de progreso de una humanidad que acababa de salir de la carnicería de la I Guerra Mundial.

 Socialistas, comunistas, feministas, sindicalistas, etc, vieron con simpatía la nueva teoría que desbancaba a la vieja física, de la misma forma que estos movimientos trataban de superar o reformar la vieja sociedad. El sindicalista Angel Pestaña (1923) se entrevistaba con un Einstein que visita el Sindicato de Distribución de la CNT; la versión confederal sobre las palabras del sabio quedó de la siguiente forma: “Yo también soy un revolucionario, si bien científico, y he seguido con atención todas las cuestiones sociales”.

Sin embargo en el campo de la física, la TGR fue materia más controvertida que entre el gran público.

La TGR de Einstein se encontró con el antagonismo de los representantes de la vieja física newtoniana. Henri Bouasse (1866-1953) será un férreo defensor de los hechos tangibles frente a las "intuiciones" de Einstein y partidario de que toda  investigación y descubrimiento encaje en el mundo de Newton para ser considerado como científico. 

También encontró oposición por  motivos políticos, ya sea por la defensa de una tradición de "ciencia nacional" o por la condición de judio de su creador.

En 1922 Einstein no asiste a una sesión de la Academia de Ciencias de Francia al enterarse de que la mayor parte de los académicos que iban a estar presentes habían tomado la decisión de abandonar la sala con su llegada. En los debates que se van a desarrollar en Francia entre 1920 y 1922, dos sabios de renombre, y casi podemos decir que representantes de la ciencia francesa, Emile Picard, secretario de la Academia de la Ciencia, y Paul Painlevé, también miembro de la Academia y presidente del Consejo durante la guerra, mostraron su prudencia sobre el valor de la TGR. Eduard Guillaume, otro científico, anunciará su propósito de “demoler la teoría de Einstein” (1922)

Sobre la “demostración” de la TGR durante el eclipse de 1919. El director del observatorio de Meudon, el Sr. Deslandres, llegaba a la conclusión de que la teoría de Einstein “reposa sobre bases discutibles y frágiles”. De esta forma, partiendo de los mismos experimentos, el de 1919 y otro de Pérot en 1920 que también parecía confirmar la teoría de Einstein, se podía llegar a la conclusión de que nada estaba demostrado. Para Deslandres lo juicioso era pronunciarse una vez verificadas todas las consecuencias astronómicas de la teoría, una forma suave de decir que no estaba de acuerdo con ella.

En Alemania, en 1920 se celebró en el Palacio de Conciertos de Berlín una multitudinaria reunión “anti-relativista” a la que acude Einstein. Lenard (1862-1947), premio Nobel en 1905, pasa a ser uno de los mayores opositores de la teoría de la TGR.

En Inglaterra, en diciembre de 1919, la Royal Astronomical Society decidió conceder a Einstein su medalla de oro de 1920, pero una gran parte de los miembros de la sociedad lograron que esta decisión no se ratificara y Einstein se quedó sin medalla hasta 1926.

Como colofón a esta exposición sobre la resistencia al reconociento de la validez  de la TGR, recuerdo que al Einstein de mi espacio-tiempo se le concedió el premio Nobel (1922) por otro asunto, pues dentro de la comunidad científica la Relatividad General continuaba siendo una teoría discutida. 

Poco a poco, la TGR va siendo aceptada dentro de la comunidad científica sin polémicas. Aunque el testimonio de uno de los colaboradores  de Einstein en Princeton, Banesh Hoffmann (1955), nos muestra que la completa aceptación de la teoría de la TGR por los físicos fue lenta y se dio entre avances y retrocesos; describiendo la situación de la teoría entre los científicos a mediados de los años treinta de este modo: “hacía tiempo que había desaparecido el interés inicial por la teoría general de la relatividad. Entre los físicos era una teoría en retirada”.

Cabe pensar que finalmente, lo que acabó consagrando a Einstein entre los físicos, es el hecho de que su teoría llegó a ser operativa, es decir, útil. El desarrollo de la bomba atómica no era posible sin Einstein y la relatividad.

Recuerdo perfectamente haber leído que en estos años del olvido, cuando la TGR vivía una de sus depresiones por el abandono de los físicos, Ortega (1932)  reivindicó esta obra y denunció  la “dictadura del laboratorio” y su oscurantismo, expresando que “cuando salimos de la beatería científica que rinde idolátrico culto a los métodos preestablecidos y nos asomamos al pensamiento de Einstein, llega a nosotros como un fresco viento de la mañana.”

Tengo que aclarar que en esto he salido ganando, pues aunque los libros de gente desconocida en este mundo como Ortega se esfumaron de mi biblioteca sin saber cómo, junto con los de Mira y López, Unamuno, Marañón, Ramón y Cajal y otros, ahora ocupa su espacio la colosal obra de Pedro Duque.

En el mundo del que provengo la ciencia era una actividad realizada dentro un contexto social, donde los intereses políticos y económicos permiten su progreso o la estancan y determinan su dirección. Por no hablar de los intereses personales de los individuos que componen la comunidad científica, que por conservar privilegios y notoriedad pueden plegarse a intereses no científicos.

En mi mundo, la mala-ciencia vive del prestigio ganado por la buena-ciencia, haciendo pasar como argumentos científicos meras técnicas de propaganda para imponer opiniones: como el uso del argumento de la “aceptación general”, el consenso, como medio para dar “la impresión de que las ideas del propagandista tiene una amplia base de apoyo”,  el "testimonio" de personas de prestigio o autoridad para provocar la aceptación de estas ideas, la identificación de un modelo de medicina con un "concepto deslumbrante" como ciencia, etc. (ver Allen L. Edwards. Psicología de la Propaganda.1967). En definitiva trocar el argumento razonado por el uso de la sugestión.

Aquí y ahora, aunque pagando el precio del aburrimiento, no tengo ninguna duda de que la comunidad científica desarrolla su trabajo al margen de intereses económicos, políticos o personales, todo en bien de la humanidad y de forma desinteresada. Por eso, no es extraño que Pedro Duque, el Ministro de la Verdad, se asombre de la desconfianza y duda puesta sobre determinadas investigaciónes "científicas" por parte de muchas personas.

El cuestionamiento de la intachable industria farmacéutica y del modelo médico “basado en la evidencia” es cosa, con toda seguridad, de gente anormal.

Como ya he dicho, tengo la certeza de que mi mundo existió, o existe en otra bifurcación espacio-temporal. No soy la única anomalía que existe, que es testimonio de la realidad de ese otro mundo. Hace unos pocos días apareció en este lugar en el que habito, una extraña carta de Einstein, escrita en 1922, en la que éste trataba de refutar al matemático Erich Trefftz que, tras el eclipse de 1919, continuaba cuestionando la relatividad. Es evidente que esta carta se ha materializado desde mi mundo original.

No estoy loco.

Bibliografía básica:

Lafuente, A. (1982, julio). La relatividad y Einstein en España. Mundo Científico. (2), pp-pp.584-591.

Biezunski, M. (1982, Julio). Einstein en París. Mundo Científico. (2), pp-pp.592-601.

Hoffmann, B. (1995). Einstein. Barcelona: Salvat

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