LA EPIDEMIA INFRA-DIAGNOSTICADA (I)

  

“Prefiero un paciente vivo con dolor, que uno muerto sin dolor”
 Francisco L. Raffucci

La fiscal general de Nueva York, Letitia James, demandó a finales de marzo a seis fabricantes de fármacos opioides, a la familia Sackler y a cuatro distribuidores de estos fármacos por su papel activo en la crisis de drogas en el Estado de Nueva York, que se suma a otras demandas en todo el país.

Esta epidemia, llamada la peor epidemia de drogas en la historia de Estados Unidos, ha tenido un recorrido hasta llegar a las demandas judiciales actuales, a los millares de cadáveres y a las familias rotas que ha dejado.

La vida, a veces duele. El dolor del fracaso, la pérdida de la esperanza, la pobreza, la soledad..., y ésto, convirtió a una población vulnerable en una oportunidad de negocio para las farmacéuticas.

A finales de los años noventa algunas instituciones y expertos en salud salieron en ayuda de la industria farmacéutica, gente que detectó un problema, una epidemia del dolor, creando el mercado necesario para que después las farmacéuticas pudieran colocar su mercancía. Se afirmó que existían millones de personas sufrientes no diagnosticadas.

Estos expertos e instituciones calcularon que en en Estados Unidos vivían unos 100 millones de personas que sufrían dolor crónico, y pidieron una solución a tanto sufrimiento.

La organización Veterans Health Administration lanzó una iniciativa en 1999 para que el dolor se convirtiera en el quinto signo vital, equiparando el dolor con la temperatura corporal, la presión arterial, la frecuencia respiratoria y la frecuencia cardiaca. De esta forma, el dolor ya se podía manejar como los otros cuatro signos vitales, de forma objetiva, y al final de la evaluación, estaba preparada la medicina eficaz: los fármacos opioides.

En el año 2000 la Comisión Conjunta para la Acreditación de Organizaciones del Cuidado de la Salud (Joint Commission for the Accreditation of Health Organizations), apoyó la valoración del dolor como quinto signo vital.

Para promocionar la "salud" también se hizo necesario encontrar a los dolientes no medicados: los que no querían medicarse y los que no sabían que estaban "enfermos". Para ésto, la Comisión Conjunta estableció un cribado tipo Gestapo para poder descubrir a las personas que no se quejaban de dolor, pero que supuestamente lo sufrían, que incluía preguntas a los confidentes (familiares y cuidadores) y al propio sospechoso (el paciente) sobre la presencia del dolor.

A las publicaciones médicas que difundían el problema del dolor, que hacían visible esta "epidemia" infra-diagnosticada, y su remedio: los efectivos y científicos fármacos opiáceos, se unió la prensa seria, que difundió estas informaciones, y la prensa amarilla que ponía la casquería, mostrando a personas con nombres y apellido pidiendo una solución para su dolor. Por ejemplo, la anciana Marilyn Prater exponía de esta forma su penalidades: "No puedo acostarme del lado izquierdo en absoluto. Ni siquiera puedo pararme a veces. Es como si estuviera caminando sobre carbones calientes".

Al mismo tiempo se señalaba a los malos profesionales y a los malos pacientes:

"Los pacientes que no informan sobre el dolor y los profesionales de la salud que no evalúan el dolor son las principales barreras para aliviar el dolor"
Lynch M. (2001). Pain as the fifth vital sign. J Intraven Nurs. 2001 Mar-Apr;24(2):85-94.

Esta campaña de presión y de ablandamiento de la opinión pública, haciendo visible un problema hasta entonces no detectado, creó un mercado de millones de pacientes antes no tratados, no visibles, también consiguió relajar las restricciones a la venta y uso de los fármacos opioides.

A la par, la Industria farmacéutica gastaba millones de dólares en marketing, regalos, congresos, viajes, etc., no ciencia, con el objeto de persuadir al colectivo médico de la efectividad de los fármacos, que lo son, convirtiendo a millares de médicos, que se dejaron convencer, que no serán juzgados, en camellos.

Los opioides, entre los que se encuentra la ilegal heroína, son eficaces para el dolor, pero también son muy adictivos. Desde 1999 se calcula que 180.000 personas han muerto por sobredosis, víctimas de estos fármacos legales con los que las farmacéuticas inundaron las zonas más pobres del país. Este recuento de cadáveres da una cifra no real, ya que no incluye a todas las personas que se engancharon de forma legal, a través de su camello legal, y murieron consumiendo opioides ilegales como la heroína.

La BBC recogió, en su momento, el testimonio de Frankie Track, de la Universidad de Virginia Occidental, como parte de un grupo de expertos que opina que tras esta catástrofe existe un plan de negocio:

"No creo que las compañías dejaran todas esas píldoras en lugares como Williamson por accidente. Era parte de su modelo comercial para apuntar a las comunidades que estarían en mayor riesgo,.."

El consumo no se ha distribuido de forma uniforme, siendo más afectadas las personas pobres que viven, o vivían, en zonas rurales.

En esta epidemia, la ciudad de Williamson, una ciudad minera, se ha convertido en un símbolo de esta tragedia. Los números en este caso son amargos, esta pequeña ciudad de 3.200 habitantes, ha sido inundada, durante más de una década, con unos 20,8 millones de pastillas contra el dolor recetadas de forma legal.

Esta crisis deja en evidencia la falta de neutralidad de esta medicina basada en la evidencia. Se ha convertido un problema, la pobreza, que exige reformas sociales, en un problema médico y técnico.

Esta tragedia deja claro el modelo comercial de las farmacéuticas, de la capacidad que tienen para inventar enfermedades, crear mercado para sus productos y sacar beneficio al margen de la salud de la población. Subrayo, todo esto, con fármacos de probada eficacia (al menos en este caso).

Se ha hecho evidente que la búsqueda de beneficio es incompatible con la salud. En este caso, unas empresas encontraron, entre las personas más vulnerables, una posibilidad de inversión rentable, que ha dado muchas ganancias a los ahora acusados y a gente no acusada.

Para finalizar, este desastre no es posible sin una comunidad de profesionales predispuesta a creer en esta industria, la comunidad médica, los científicos que inventaron el problema, los legisladores que han facilitado esta catástrofe y los medios de comunicación (como el New York Times) que sensibilizaron a la sociedad sobre el problema del dolor y difundieron la Buena Nueva de los hallazgos de esta falsa ciencia. 

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