LA MEDICINA DE NUESTRO TIEMPO (II)


Es necesario hacer un esfuerzo para que el maravillosos progreso de la Terapéutica no se desvíe o se frustre por excesos de los que todos somos responsables. La complicidad de médicos y enfermos da una apariencia de legalidad a lo que está sucediendo. Sin esta complicidad, unida a la teatral eficacia de ciertas drogas, aún administradas sin sentido, eficacia que acalla muchas críticas, nada hubiera podido impedir la insurrección de la humanidad doliente ante el exceso de medicamentos, en forma de una una nueva homeopatía o cualquier otra modalidad regresiva de Terapéutica.
Y, con todo, acaso surja, cualquier día, la insurrección.
Gregorio Marañón (1954)


Eric Berne, es una persona non grata para los actuales tribunales de la fe. Esto tiene su lógica, desde el Análisis Transaccional se han estudiado los juegos de poder, y éste da herramientas para, al menos, descubrirlos. Dando la casualidad de que la ministra y el astronauta han salido muy juguetones.

Para Berne, la posición existencial hace referencia a las creencias básicas sobre uno mismo y los demás. Siendo “yo estoy bien; y tú estás bien”, la base de cualquier relación sin juegos de poder. Sin embargo, la posición existencial de la ministra y el astronauta es “yo estoy bien; tú estás mal”, que además, clínicamente, es una posición paranoide.

A falta de autocrítica, en lugar de preguntarse el Ministerio el porqué del abandono de la medicina convencional por parte de muchas personas, nos coloca en la posición de vasallos, destacando nuestra inferioridad. La gente recurre a terapias no convencionales porque está mal, básicamente porque somos idiotas. De ahí las formas de la campaña pro “ciencia”, con métodos educativos de guarderia, donde la ministra y el astronauta nos dicen: esto no se hace, esto no se toca, esto es caca.

Quizá, sería más lógico, menos paranoico y más sano, llegar a la conclusión siguiente: si las terapias convencionales funcionaran tan bien como se dice, nadie acudiría a terapias no convencionales; por tanto, algo está fallando, pues la gente no es tonta. Pero el Ministerio insiste en que él está bien y los demás somos bobos. Continuamos, pues, con el examen de la medicina de nuestro tiempo.

En la actual práctica médica dominante, la metáfora de la “ciencia” tomada de la física ha transmutado, no el plomo en oro, sino a las personas en máquinas, en datos analíticos mesurables, despreciando otro tipo de variables, enterrando toda posibilidad de un enfoque psico-somático o social. Las desviaciones de la norma se convierten en sinónimo de enfermedad .

Esta medicina se ha convertido en una cosa curiosa, y lo reconozco, con un mérito sensacional. Al contrario que otras ciencias, que estudian fenómenos presentes en la naturaleza, esta práctica de la medicina es una ciencia superior, ya que es capaz de crear fenómenos no existentes, inventando enfermedades. Por ejemplo, se puede convertir la timidez en fobia social, y tener preparado el medicamento apropiado antes de que exista la enfermedad. Lo que desde luego es una suerte, la nueva enfermedad crea la demanda del medicamento, incentiva la economía, crea empleo, y bueno, es un gran negocio para unos pocos, que luego pagarán comilonas, comprarán yates, mansiones, ...,dinamizando la economía, que es algo bueno para el país.

La existencia del efecto placebo dentro de esta medicina, es otra curiosidad. En las ciencias a las que se quiere comparar, no se encuentra un solo caso de efecto placebo, por ejemplo, que un transbordador espacial se propulse con agua con azúcar. Esto, no sólo es una refutación de la metáfora de la máquina, también debería ser motivo de más modestia y menos soberbia (paranoía) por parte de los defensores de esta práctica dominante de la medicina convencional.

Como he señalado, la “milagrería”, o llamado efecto placebo, no es algo ajeno a esta nueva “medicina basada en la evidencia”. Henry Beecher (1904-1976), investigador de la Harvard Medical School, en los años cincuenta ya demuestra que los pacientes responden positivamente a falsos tratamientos, fenómeno que llega hasta la actualidad. Falsos medicamentos, falsas cirugías, ..., y funcionan. Fármacos comercializados tras mucho estudio científico, como el famoso medicamento estrella Prozac, funcionan y sólo son un placebo (y caro).

No hay nada nuevo, en Egipto, con menos ciencia, ya se usó el poder del ritual de forma generalizada. Uno de los tratados médicos más antiguos del mundo es el papiro Ebers, de unos 3500 años de antiguedad. En la introducción de éste, se explica, que cada fórmula mágica debe de estar acompañada del medicamento adecuado para cada enfermedad. Con el paso del tiempo, la toma real del medicamento fue sustituida por la toma de un papiro con la fórmula escrita del medicamento, para finalmente, bastar para la curación, con que el médico o mago recitara la fórmula del medicamento.

Nombres más recientes asociados al uso del ritual y de la sugestión son Paracelso o Mesmer, entre otros.

Eric Berne, que sabía que somos un ser social, y al que la lista del Ministerio ha enviado al purgatorio de la pseudociencia, explicaba muy bien el contexto del placebo: el paciente se coloca en una posición infantil y pone al médico en el lugar omnipotente de los gigantes, de los padres.

Hoy, el médico ha sustituido al sacerdote, convirtiéndose en un gigante nuevo, y en entre los rituales de la medicina, resulta imposible separar la  magia, el  placebo, de la ciencia. 

Otro heterodoxo, el biólogo y genetista Richard C. Lewontin, al que le dolerá la espalda por otras cosas, pero no por hacer reverencias a la falsa ciencia de las farmacéuticas, en uno de sus libros, describe un experimento realizado por el psico-farnacólogo C.R.B. Joyce. Éste dispuso dos grupos de diez personas en dos habitaciones separadas. En un primer grupo suministró barbitúricos (sedante) a nueve sujetos y anfetamina (excitante) a un solo sujeto. En el segundo grupo suministró anfetaminas a nueve sujetos y barbitúrico a uno. El resultado fue que el sujeto diferenciado se comportó en cada habitación como el resto de sujetos, es decir, en la primera habitación, el sujeto que tomó anfetamina (excitante) se sintió sedado como el resto del grupo, y en la segunda habitación el sujeto que tomó barbitúrico (sedante) se sintió eufórico, como el resto de las personas que habían tomado anfetamina, demostrando que el contexto social influye en el efecto de los fármacos, que somos un ser social, no máquinas. No se conoce el coche que no arranque por la falta de gasolina del de al lado.

El nuevo enfoque médico basado en la “evidencia”, no ha evitado que las consultas se llenen de enfermos que no sanan, de enfermos crónicos con tratamientos farmacológicos no efectivos, aunque los fármacos usados, en teoría, sean eficaces

Este enfoque ha generalizado la medicación “por tanteo”, con cambios constantes en las dosis o de fármaco. 

Ha popularizado los tratamientos “a ver qué ocurre”, como recetar un anti-psicótico, el haloperidol, para "tratar" el alzheimer o Lyrica para aliviar dolores crónicos.

Ha universalizado tratamientos sin fundamento:  anti-psicóticos para personas mayores o niños recibiendo medicación psiquiátrica, etc. 

Ha generado el problema de la polimedicación. Si tenemos en cuenta los datos que da la ciencia oficial, el 10% de los ingresos en urgencias se deben a los efectos llamados adversos de los medicamentos. Si recurrimos a otros datos, el uso que hace de los medicamentos esta medicina basada en la evidencia, mata a miles de personas, etc. 

Sorprende, que esta práctica de la medicina, que se jacta de “científica”, tenga que recurrir, en demasiadas ocasiones, a explicaciones pre-científicas y que, como en el mito de Edipo, el destino (renombrado ahora como genética, congénito, predisposición, heredabilidad, etc.) conduzca de forma irremediable a un resultado fatal, en este caso la enfermedad. Convirtiendo la ignorancia vestida de ciencia en pura mitología.

Si al paciente lo convirtimos en un saco de moléculas, y nada más, sin relaciones personales y sociales, sin una dimensión psicológica, y en ausencia de tratamientos causales, sólo parches, no es raro que esta medicina científica venga acompañada de los problemas antes señalados, que no son pocos.

Esta conclusión: La turbadora comprobación de que en la medicina actual carecemos de un tratamiento causal para la mayoría de los enfermos no permite sino una conclusión: que en esta medicina debe esconderse una falla fundamental” (A. Jores, 1967), va a provocar, en las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado, cierto auge de la medicina psicosomática, donde el médico, junto a lo orgánico, tiene en cuenta las posibles coincidencias temporales de los síntomas con sucesos, preocupaciones, problemas o conflictos del paciente.

En psiquiatría, ante las carencias y abusos de esta medicina “científico-natural” surge la anti-psiquiatría, haciéndose populares, durante un tiempo, nombres como R.D. Laing, D. Cooper, Bassaglia, Gonzalez Duro o Roger Gentis, junto al progreso de la psiquiatría-social.

A nadie le debería extrañar, como ya alertó Gregorio Marañón, que los excesos de tanto cientificismo, tanta medicina basada en la evidencia, tanta preocupación por la enfermedad y la medicación, tanto afán por ganar dinero y crear mercados, y tan poca preocupación por la salud, hayan traído la insurrección de las homeopatías.





Bibliografía básica:

Jores, A. (1967). La medicina en la crisis de nuestro tiempo.  México D.F.: Siglo XXI editores.

Marañón, G. (1954). La medicina de nuestro tiempo. Madrid: Espasa-Calpe.



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